Los años 20, posteriores a la Primera Guerra Mundial, han sido calificados como la década dorada de la paz y el desarme. El afán de borrar de la faz de la tierra las armas permeó las doctrinas militares de entonces.
Ayer fue la paz por la vÃa del desarme y, años después, vino la batalla por el armamentismo que idealmente mantendrÃa a raya a los promotores de la guerra. ¿Recuerda, amigo lector, aquella célebre pelÃcula Dr. Strangelove con Peter Sellers? Esta simpática cinta resume en su humor las batallas intelectuales en torno a las armas nucleares.
Retornando a la década de la paz, en 1928 un acuerdo franco-británico causó especial revuelo en la prensa. Las dependencias oficiales se negaban a proporcionar detalles hasta tanto el convenio no estuviera suscrito por las partes.
No obstante, tras la publicación del acuerdo avalado, algunos medios y entidades cÃvicas persistieron en propagar dudas, sospechas y especulaciones.
Winston Churchill, a la sazón secretario del ramo en el Gobierno británico, salió al paso declarando la irrelevancia de aquella discusión. Con el propósito de no ofender a nadie, recurrió entonces a una parábola que ilustrarÃa los hechos.
Hubo una vez un zoológico cuyos animales decidieron desarmarse y celebrar una asamblea para detallar el acuerdo de paz. Al inaugurar el plenario, el rinoceronte manifestó que el uso de colmillos, y en general los dientes, era barbárico por lo que debÃan prohibirse totalmente. Desde luego, agregó, los cuernos sà eran armas defensivas y permisibles bajo el nuevo tratado.
El búfalo y el puercoespÃn se manifestaron conformes con el rinoceronte. Sin embargo, antes de proceder con la votación, el león y el tigre defendieron los dientes y las garras por ser armas antiguas y honorables. La pantera, el leopardo, el puma y la tribu felina apoyaron al tigre y al león. El oso quiso sacar una tajada del proyecto.
El debate se caldeó y degeneró en insultos y amenazas. Los encargados del zoológico intervinieron para calmar los ánimos y trasladar a los asambleÃstas a sus respectivas jaulas. Y entonces los sentimientos de amistad retornaron.
Churchill concluyó su discurso señalando cómo, bajo el influjo pacifista, los Gobiernos se veÃan forzados a considerar esquemas irreales e inmaduros que nunca llegarÃan a plasmarse en la realidad.
En esos años, abundaron los planes de paz, los proyectos y mayores disparates y desperdicio de recursos. Pero ¿no sigue siendo as�