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Commentary
La Nación (Costa Rica)

El inventor de Fidel

Por abrazar a Fidel, el periodista Herbert Matthews malogró su carrera y su vida

El tema de los apologistas de déspotas ha recobrado vigencia en el ámbito estadounidense a raíz de la publicación de un extraordinario libro: The Man Who Invented Fidel, del periodista del New York Times Anthony DePalma. La obra reseña la trayectoria de Herbert Matthews y su particular relación con Fidel Castro. Se trata, en el fondo, de una crónica del sonado desplome de este destacado corresponsal y editorialista del New York Times.

Herbert Matthews alcanzó renombre con sus primeras misiones de prensa que lo llevaron a cubrir la invasión italiana de Abisinia en 1935, la guerra en España al año siguiente y algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su notoriedad profesional fue acompañada de críticas que le atribuían parcialidad al informar, especialmente en el conflicto en España. La acusación se intensificó en la década de 1950, cuando, gracias a su amistad con el editor del Times, Matthews llegó a ejercer el doble papel de reportero y editorialista.

En Sierra Maestra. Una combinación de circunstancias le abrió a Matthews la oportunidad de reunirse con Fidel Castro. En diciembre de 1956, tras el naufragio del Granma y el desembarco en Cuba de una pequeña avanzada guerrillera, la cual fue mayormente liquidada por las tropas del dictador Fulgencio Batista, cundió la versión de que Fidel había muerto en ese enfrentamiento. En realidad, Castro logró salvarse y se refugió con algunos seguidores en la Sierra Maestra. No obstante, la censura impuesta por el régimen cubano y el control que ejercía sobre la prensa dieron sello de validez a la noticia del fallecimiento del joven insurgente, quien, en ese entonces, era poco conocido fuera de Cuba.

En enero de 1957, Fidel consideró que era necesario dar a conocer su presencia en las montañas así como su presunto proyecto político. Pensó que la única manera efectiva de hacerlo era emular al gran líder del pasado, José Martí, quien en 1895, después de desembarcar en la provincia de Oriente, invitó a un corresponsal norteamericano, George Bryson, para divulgar su misión liberadora en las páginas del New York Herald.

A través de amigos y patrocinadores en La Habana, en particular el banquero Felipe Pazos y su hijo Javier, Fidel convidó a Matthews para venir a su escondite. Por esa época Matthews se sentía deprimido por verse en el ocaso de su carrera. Su vida transcurría monótona y rutinaria, muy distante de las intensas emociones en el pasado. De ahí que la posibilidad de ir a Cuba y dar un golpe noticioso le infundió entusiasmo y la esperanza de nuevos triunfos.

Por su parte, Castro se disponía a usar y manipular al visitante. La cita finalmente se produjo el 17 de febrero de 1957. Conforme a su plan, Fidel controló el contenido de la entrevista en todos sus detalles. Durante las tres horas que se prolongó la reunión, el anfitrión habló sin parar suscitando en Matthews una imagen idealizada y hasta romántica de Fidel como un Robin Hood con las convicciones democráticas de Thomas Jefferson.

La seducción que Fidel consumó aquella madrugada sería decisiva en la batalla por el respaldo de los cubanos y, no menos importante, de Washington. Sin duda, la derrota de Batista se logró, en importante medida, gracias a los relatos fantasiosos sobre Castro que Matthews difundió desde las páginas de uno de los órganos de comunicación más influyentes del planeta. Tomaría tiempo discernir que el Fidel de Matthews era una invención que el público, ávido de nuevos héroes, abrazó entusiasta.

Desencanto. La ilusión generada por los despachos y editoriales de Matthews, y de otros periodistas e intelectuales que siguieron sus huellas, empezó a empañarse poco después del ascenso al poder de Fidel. La primera ola de desencanto provino del paredón y los fusilamientos sumarios emprendidos por el nuevo régimen. Otra fuente de decepción fueron los vínculos comunistas de Raúl Castro, el Che Guevara y numerosas figuras centrales del castrismo.

Matthews, sin embargo, aferrado a la imagen del Robin Hood idealista de la Sierra, minimizó los excesos cruentos ya evidentes en la isla y defendió a Castro frente a quienes lo sindicaban de ser comunista. Conforme la intensidad de los ataques a Castro creció, la vehemencia de Matthews en escudar a su ídolo igualmente escaló. La explosiva atmósfera provocó un agudo malestar en el Times que aumentó al apuntar las acusaciones de comunismo contra Matthews y, por rebote, el diario. DePalma asegura que Matthews no tuvo nexos de esa naturaleza. Lamentablemente, no sería solo su integridad lo que el atribulado periodista arriesgaría por sucumbir al embrujo de Fidel.

±á³Ü³¾¾±±ô±ô²¹³¦¾±Ã³²Ô. Con ese turbulento trasfondo, acentuado por la Guerra Fría, Fidel viajó a Nueva York en abril de 1959 para pronunciar un discurso ante la Sociedad Americana de Editores de Prensa. Castro vivió algún tiempo en Nueva York y se las arreglaba en inglés. Poco antes del evento, Fidel condecoró a Matthews por su valiosa contribución al triunfo de la Revolución. Desde luego, Matthews no cabía en sí de orgullo, pero esa sensación se convertiría repentinamente en horror. Casi al final de su discurso, en un desborde de malicia, Castro se jactó de haberle tomado el pelo a Matthews en la Sierra Maestra exagerando el número de combatientes con que contaba. En sus reportajes iniciales Matthews informó acerca de centenares de guerrilleros, "más de cuatrocientos". Fidel, con rostro triunfal, exclamó que el verdadero número era menos de veinte y describió cómo sus exiguos camaradas desfilaron en círculos repetidamente para engañar al embobado corresponsal.

La explosión de risa que produjo la anécdota hirió profundamente a Matthews, degradado de esa forma a la categoría de tonto útil. Fidel lo había puesto en ridículo ante la crema del periodismo norteamericano y el mundo entero. Mas, aun así, humillado y venido a menos, persistió en defender a su detractor hasta el final de su vida, en 1977. Peligrosas pasiones las que encienden los abrazos de tiranos.